El 2013 fue mi primer año como supervisora (o mentora) en un grupo alumnos en el programa APC (El
Arte del Coaching Profesional, en la Escuela de Coaching Newfield Network). En
este rol acompañé a 8 personas en su trabajo grupal e individual para
convertirse en coaches ontológicos.
Es increíble todo lo que aprendí en este proceso, cuando
aparentemente eran ellos los que aprendían de mí. Partí desafiando un
aprendizaje incorporado en mis años como docente en la universidad donde nos
referíamos a los alumnos como “el curso que me tocó”, y creo que recibí a Fénix
(mi grupo) con la idea de “el grupo que me tocó”, nada que ver…estoy segura de yo
“les toqué”, y las explicaciones solo me conectan con la
misteriosa forma de aprender que tenemos los seres humanos.
Aprendí a reconocer al misterio como parte del proceso, lo
que me evocó la humildad en toda su grandeza. Fui una facilitadora para que lo que tenía que
ocurrir, ocurriera, … ¡qué gran honor!. Acompañar en sus aprendizajes a
seres humanos tan bellos y valientes, fue sin duda un privilegio.
También aprendí a reconocer en ellos la confianza incondicional, lo
que me lleva a valorar la importancia de cuidar
a las personas en procesos donde abren
sus corazones y sus almas. A propósito de esto he recordado otros programas
donde no se pone énfasis en el cuidado mientras las personas se entregan por
entero. Qué alegría pertenecer a una institución que pone el cuidado como
elemento central de la formación y la práctica del coaching.
Me metí en un lío tratando de escribir acerca de mis
aprendizajes porque reviso la experiencia y me aparecen aprendizajes en todos los planos, desde lo
más técnico a lo más trascendente. La posibilidad de escuchar y ver nuevamente hacer
coaching a Julio Olalla, tener a un maestro
como él, tan cerca, y ser parte de un equipo de personas excepcionales…es sin
duda un lujo!. Finalmente, la posibilidad trascendente de servir fue un placer.
Quedé llenita de gratitud.
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