A fines del invierno comencé un cultivo de flores. Recomiendo esta actividad para aprender de la vida y de uno mismo, y de paso tener un verano florido como el mio.
Quisiera compartir que haciendo almácigos pude observar que sólo un porcentaje de las semillas germina, y que de las que germinan, varias mueren siendo muy jóvenes, aunque les haya proporcionado los mismos cuidados. También me sorprendí como cada semilla trae en su interior toda la información que necesita para ser una planta adulta y florecer. Pensé que no importa si me confundo con los tipos de semillas o los nombres de las flores, ellas no necesitan saber nada para florecer, como tampoco lo necesita el alma humana.
Trasplanté a mi jardín sólo plantas sanas y fuertes. Aprendí a escuchar sus necesidades de agua dependiendo del calor y pude comprobar como el bravo sol de diciembre y enero, las llenó de fuerza y energía, y pienso en las cosas que me nutren de energía y en aquellas que me la quitan.
Le he dado vueltas a esto de sembrar y las semejanzas con hacer coaching: Aprendí que hacer buenos sustratos para sembrar podría parecerse a generar contextos adecuados para el aprendizaje, también a que cada flor tiene "su" momento, ninguna brota antes de lo que le permite su especie y esto no es diferente a lo que sucede con las personas, que tienen cada una, su propio ritmo. La naturaleza me recuerda que mi trabajo es acompañar, no empujar, aunque a veces me impaciente cada persona tiene su momento para brotar.
Finalmente, algunas plantas florecieron descaradamente, mientras otras, crecieron pequeñas y delicadas completando entre todas un cuadro perfecto. Así, mirando flores de todos los tamaños y colores, compruebo una vez más, que la belleza está en la diversidad, y me llevo la imagen de mi jardín en verano como un regalo para cuando el invierno me invite a cultivar mi tolerancia y mi paciencia, recordándome que todos los seres humanos contribuimos con la belleza del jardín .
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